Del Desastre del Barranco del Lobo a La Semana Trágica de Barcelona y a la música popular.

En la historia reciente de las relaciones entre España y Marruecos, las fechas de julio parecen sacadas de un calendario sangriento. Guerras, batallas, muerte y destrucción. Y aquí procede resaltar un hecho tan importante como intencionadamente omitido: todas esas batallas, todas esas muertes y toda esa sangre siempre regaban las mismas tierras, las tierras de los marroquíes. Toda muerte es una desolación, pero no hay patriotismos que puedan hacer pasar al agresor como víctima, y a la víctima que defiende sus casas y tierras como asesino. Esa es la gran deuda que tiene pendiente la historia de España, consigo misma y con la verdad histórica. En el resto del mundo esa deuda está casi saldada, en España aún se sigue describiendo al pobre campesino marroquí como persona fiera y traicionera, sedienta de sangre y nacida para la guerra. Así nos va.

En Julio de 1909 en España reinaba Alfonso XIII, rey que por la mañana blandía el sable de la “Cruzada contra el moro” y por la noche se deleitaba con las películas pornográficas que él mismo producía. Un rey que ante el sentimiento nacional de abatimiento y humillación por la pérdida de las últimas colonias americanas intentaba recuperar prestigio internacional en las migajas que las potencias mundiales le habían asignado en el tratado de Algeciras de 1906, en el norte de Marruecos.

Este era el panorama. Un rey narcisista, libertino, corrupto y holgazán, a la cabeza de un ejército plagado de oficiales a la busca de una guerra que les abriera las puertas a un ascenso o a una condecoración pensionada.

El esfuerzo militar de España tampoco era bien aceptado por la mayoría del pueblo español, las masas emprobecidas eran las que formaban el grueso de las tropas enviadas a Marruecos, que veían la invasión de ese país como una empresa para favorecer los intereses de los más ricos, representados, en este caso, por el “vil” Conde de Romanones. La idea era clara: los pobres daban su vida y los ricos amasaban indecentes fortunas sobre sus tumbas.

El esfuerzo militar de España tampoco era bien aceptado por la mayoría del pueblo español, las masas emprobecidas eran las que formaban el grueso de las tropas enviadas a Marruecos, que veían la invasión de ese país como una empresa para favorecer los intereses de los más ricos, representados, en este caso, por el “vil” Conde de Romanones. La idea era clara: los pobres daban su vida y los ricos amasaban indecentes fortunas sobre sus tumbas.

En 1909 la zona de Guelaya, donde se circunscribe este episodio de nuestra historia, salía de una de las etapas más convulsas de su historia. Los pueblos de Guelaya estaban saliendo de una guerra civil provocada por el agente de las potencias coloniales, Yilali Ez-Zerhuni, conocido como BuHmara. Este decía ser Mulay M’Hammed, hijo del Sultán Mulay Hassan y hermano mayor del Sultán Mulay Abdelaziz. Además Buhmara se proclamaba rey legítimo de Marruecos, y denunciaba ante los guelaya la inacción del Sultán ante la penetración europea en Marruecos. Los pueblos de Guelaya se dividieron en dos grupos: uno minoritario, que apoyaba a Buhmara (Mulay M’Hammed) como rey legítimo de Marruecos, y un segundo que declaraba su lealtad al Sután reinante Mulay Abdelaziz. Los Guelaya leales al Sultán legítimo estaban liderados por la figura emblemática de Cherif Mohamed Ameziane.

Una vez derrotado Buhmara, los Guelaya recuperaron la unión bajo el liderazgo del Cherif Mohamed Ameziane, olvidaron sus diferencias pasadas y dedicaron sus esfuerzos a proteger sus tierras e impedir que las fuerzas extranjeras continuasen apropiándoselas.

Así pues, el 9 de julio de 1909, después de una reunión de todos los “amghar” de Guelaya en el zoco de Barraka, donde se resucitó el espíritu de “La-la Zarzut” (ver nuestra publicación sobre este emplazamiento), deciden impedir por todos los medios una peligrosa iniciativas colonial que podía condicionar el futuro de sus tierras y de sus habitantes. Nos referimos a la construcción de un ferrocarril que uniría las minas de Beni Bu Ifrur con el puerto de Melilla, por donde se exportaba el mineral extraído. Apuntar que la propiedad de estas minas era estrictamente privada, propiedad de la Compañía del Norte Africano, franco-española, y de la Compañía Española de Minas del Rif, sociedad controlada por la familia del conde de Romanones.

Los Guelaya envían varios mensajes a las autoridades de Melilla y, al ver que sus demandas no obtienen ningún eco de estas autoridades, deciden atacar algunos puntos donde se llevaban a cabo trabajos de construcción. En estos asaltos murieron cuatro personas. Estas muertes fueron excusa suficiente para movilizar al ejército “estancado” en España. La Orden de Movilización se concretó en tres Brigadas Mixtas: Cataluña, Madrid y Campo de Gibraltar, completadas con varias unidades militares que se integraron en estas Brigadas. Además de al ejército regular, la orden convocaba a los reservistas de los cupos de 1903 a 1907. Toda esta fuerza militar para luchar contra campesinos con la excusa de “vengar” el ataque a una construcción propiedad de empresas privadas: la sangre de nuestros soldados al servicio de los intereses de la oligarquía.

La prensa utilizó el incidente para encender los ánimos contra “el moro” y declarar la santa cruzada contra el infiel. Pero ni Alfonso XIII, ni el muy católico Maura contaron con la reacción del pueblo español, sobre todo, en Cataluña. En efecto, el 26 de julio de 1909, en Barcelona se iniciaron las protestas contra lo que se llamaría posteriormente la “Guerra de Melilla”. Las clases más humildes, jóvenes y obreros paralizaron la ciudad. Al anochecer Barcelona carecía de luz, gas o transportes. El Gobierno de Maura declaró el “Estado de Guerra” y con ello se dio inicio a la represión. La nota discordante la dieron los habitantes de los puertos andaluces que despedían a los pobres soldados que embarcaban hacia Marruecos con vítores y gritos contra el “moro”.

Entre el 26 y 27 de julio, el general Marina, teniente general y Comandante del Ejército de Melilla, ordena a los miles de soldados llegados desde España y estacionados en la plaza, avanzar e invadir los territorios de Guelaya. El monte Gurugú, desde donde se hostigaba a las tropas expedicionarias, era el objetivo principal de estas operaciones. Al mando de ellas se encontraba el general Guillermo Pintos, nacido en las Chafarinas, un militar experimentado y con cierto prestigio ganado en las guerras de Cuba, Filipinas y las carlistas.

Durante su ataque al Gurugú las fuerzas expedicionarias sufren una terrible derrota. En las estribaciones del monte, en la zona conocida como El Barranco del Lobo, los soldados españoles fueron hostigados por los disparos de los guelayas. El exceso de confianza y sobre todo el desprecio que los oficiales españoles sentían hacía esos campesinos levantiscos, fue su mayor error. Un error fatal. La sorpresa de enfrentarse a hombres que conocían perfectamente el terreno y tenían una clara y ventajosa estrategia de defensa, causó terror entre los españoles y provocó una desbandada general. Durante esta retirada descontrolada, como años más tarde veremos en Annual por idénticos motivos, murió el general Pintos, lo que obligó al general Marina a tomar personalmente el mando sobre las tropas en retirada. Según María Rosa de Madariaga, esta emboscada costó la vida a 153 militares, y 599 resultaron heridos. No tenemos datos sobre el coste de vidas en las filas de los guelayas, pero sí sabemos que, esta victoria, confirmó el liderazgo de Cherif Mohamed Ameziane sobre los pueblos de Guelaya, además de elevar su prestigio y fama de santidad.

Ese mismo día 27 de julio, las noticias de que las fuerzas expedicionarias españolas habían sido derrotadas en El Barranco del Lobo, y que la mayoría de muertos y heridos habían sido soldados de leva pertenecientes al contingente que salió de Barcelona el día 18 de julio, se convirtió en la chispa que hizo estallar el polvorín de Cataluña y el comienzo de lo que la historia ha dado en llamar “La Semana Trágica de Barcelona”. Si la rebelión fue importante, la represión fue terrible. Casi 80 muertos oficialmente reconocidos y más de 500 heridos además de 5 condenas a muerte, entre ellas la de un joven con deficiencia mental, y sobre todo la del prestigioso pedagogo catalán y uno de los padres fundadores de la Escuela Moderna Francisco Ferrer Guardia, pionero en «educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva». (Un guiño a mis compañeros Educadores Sociales).

Esta derrota tuvo tal impacto en las clases populares españolas que su eco no tardó en incorporarse a la cultura popular. Un buen ejemplo son unas coplas que se hicieron muy famosas sobre el Desastre del Barranco del Lobo y que cantaban los soldados y familiares que iban a ser destinados a África en general y a Melilla en particular. La primera vez que oí entonar esta coplilla fue en la voz de nuestro amigo Jesús Morata en aquellos irrepetibles años ochenta. Hoy nos hace el honor de compartir con todos nosotros su interpretación de esta trágica pieza del folklore español.

Escritor de la historia:

Mohamed Omar Ouariachi.
El Décimo Hombre.

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *